jueves, 26 de noviembre de 2015

Dave Mustaine habla sobre su fe en Dios

El siguiente es un pedazo del libro autobiográfico de Dave Mustaine que salio a la luz en el año 2009. En este capítulo Dave nos habla sobre su relación con Dios.

ES CURIOSO COMO uno se conecta con alguna gente y a otros los rechaza, cómo el estimado profesional con los diplomas prolijamente colgados en la pared te da ganas de vomitar mientras que un tipo rudo con un parche en un ojo te hace reír y te hace escucharlo. Su nombre era Chris R. y era mi sponsor en La Hacienda. Nos conocimos mientras completaba mi desintoxicación y tratamiento
después de un diagnóstico alentador sobre mi brazo. La primera vez que hablamos pensé que solo decía estupideces, como todos los otros gritones que llegué a conocer en A. A. y en los otros programas de rehabilitación. Contaba historias de horror de su infancia, de cuando era un niño y se peleaba a pedradas con su hermano gemelo, lo que dio como resultado que perdiera un ojo. Sus historias no eran diferentes a otras tantas que había escuchado: una letanía de dolor y sufrimiento auto infligidos, todo conectado al alcohol y las drogas. El gancho de este tipo era su predilección por mirarte cara a cara y levantarse el parche, lo que te dejaba ver un horrible agujero negro mientras te gritaba lo que el futuro te traería si no limpiabas tu puto acto. «¡Van a adorar tu culo huesudo en prisión, nene!» «Jesús… tronco. Saca esa porquería de mi vista, quieres.»
Esa estupidez de intentar asustarme nunca tuvo efecto en mí. Aunque lo que sí me llegaba eran las conversaciones que teníamos entrada la noche, cuando hablábamos de nuestros amigos y familias, y del vacío de la vida del adicto. Hablábamos de la espiritualidad y de la necesidad de abrazar a un ser superior. No estoy hablando del Cristianismo específicamente, sino más bien la aceptación general de que hay fuerzas más allá de nuestro control. 

El darse cuenta que ninguno de nosotros es el centro del universo. Todos nosotros –sin importar edad, raza, nacionalidad, posición social- somos apenas piezas diminutas de un vasto universo cósmico. La estrella de rock millonaria no es mejor –ni peorque
el ex convicto con un ojo de vidrio. Si la rehabilitación es buena para algo es que puede, bajo las circunstancias indicadas, proveer tiempo y espacio para la introspección. Sabía que algo había cambiado cuando regresé a La Hacienda. A pesar de todo lo que estaba mal y retorcido en mi vida sentía un extraño optimismo. Para empezar, estaba en el medio de la nada en Texas –el aislamiento absoluto te daba un poco de perspectiva- rodeado de humanos que no estaban atrapados en la rueda de la vida de las cobayas.
Aun así algo me zarandeaba. La ira y el cinismo que habían sido una parte tan preponderante en mi vida parecían estar desapareciendo.

Quería algo. ‘Necesitaba’ algo. Espiritualmente hablando, era un pobre ensamblaje de partes rotas e inconexas: bautizado como luterano, criado por los testigos de Jehová, adoctrinado en la brujería, coqueteado con el budismo, y
sacando muestras del bufé de la doctrina new age. Nada había funcionado. Nada había ‘prendido’ en mí. La mayor parte del tiempo ni siquiera estuve interesado en intentarlo. No sé si podrían describirme precisamente como un ateo o un agnóstico. Era más bien ‘algo’… con lapsos drásticos. Siempre había creído en Dios. Creía en Jesús, creía que había muerto y resucitado a los tres días.
Esa es la historia que me habían enseñado de pequeño, siendo testigo de Jehová o no. Así que si creía en algo era en eso. Realmente me importaba una mierda. No había rol para la religión en mi vida, ni espacio para la espiritualidad.

Hasta ahora. Una helada noche de enero caminé hacia la cima de una loma en Hunt, dentro de los terrenos de La Hacienda. Habían construido un foso para fogatas, e incluso en ese momento, en lo profundo del invierno, las llamas danzaban al viento, elevando chispas al vasto cielo del desierto. El foso para
fogatas era un lugar de reunión popular en La Hacienda, un lugar con una atmósfera conveniente y apropiada para la reflexión de naturaleza común o privada. Me senté allí aquella noche, contemplando las llamas, pensando en mi vida… en las elecciones que había tomado y sus consecuencias, tanto positivas como negativas. Algo faltaba. «No puedo seguir haciendo esto. Éste tiene que ser el final.» Pensé. Pero no era un final. Era un comienzo. Me paré y caminé hacia una estructura en forma de letra A, era más que nada un refugio, un par de paredes apoyadas entre sí. La construcción servía como capilla en el descampado. En teoría no tenía denominación alguna; en sentido práctico era un lugar de adoración cristiano, lo que era evidente por la gran cruz que colgaba frente a la estructura. Me paré en la entrada, mirando la cruz, preguntándome cómo reaccionar ante ella, si reírme, llorar, o maldecir su significado. Había llegado a creer que la cruz era una imagen fraudulenta, que Jesús había muerto en una estaca. Los satanistas, obviamente, creían que había sido en algo mucho más maligno. De todas formas, la cruz nunca había tenido mucho impacto en mi vida. Aunque en ese momento tenía algo que resultaba raramente reconfortante y conmovedor. Respiré hondo y hablé en voz alta. Nadie en las cercanías podía escucharme. «He intentado todo lo demás. ¿Qué puedo perder?»
Con esas tres palabras –«¿Qué puedo perder?»- me saqué de encima una carga. Pero no completamente. Sí en forma creciente. Me quedé allí parado por un minuto más o menos, inseguro de qué decir o cómo actuar. He oído sobre renacimientos espirituales, de gente sintiendo la mano de Dios o algo así descendiendo para tocarles el hombro. O que ven una imagen de Cristo en la oscuridad, que se desliza hacia ellos y los rodea en un cálido abrazo.

Mi conversión –mi despertar, si lo prefieren- fue mucho menos teatral. Como me faltaba todo salvo lo básico de la doctrina cristiana –y francamente, me sentía un poco tonto- busqué la ayuda del capellán del centro. Su nombre era Leroy. Era un tipo interesante que usaba botas diminutas y un enorme sombrero de vaquero. No sé si tenía algún problema físico, pero tenía una forma rara de caminar, se arrastraba de costado, como si tuviera los dedos de los pies doblados hacia abajo. Me recordaba a John Wayne. Leroy tenía un rol interesante en La Hacienda: estaba allí para apoyar a los pacientes en su búsqueda de la cura holística; no para imponerle sus creencias religiosas a los demás. Y cumplía con su tarea. Solo mantenía la puerta abierta por si alguien estaba interesado. «¿Cómo hago para que Dios entre en mi vida?» le pregunté. «Ven conmigo.» Nos paramos frente a la cruz juntos. «Arrodíllate,» dijo Leroy. Negué con la cabeza. Incluso entonces era terco y orgulloso. «No, no voy a arrodillarme. ¿Podemos simplemente rezar?»
Y así lo hicimos. Leroy me guió a través de algo llamado Plegaria del Pecador. Mientras recitaba las palabras casi parecía algo innecesario. Quiero decir, todos saben que Dave Mustaine es un pecador, ¿no? ¿Puede ser más obvio que eso? Además, he recitado varias versiones de la Plegaria del Pecador cientos de veces en el pasado, no era muy diferente a la Oración de los Tres Pasos del Libro de Alcohólicos Anónimos:

«Dios, me ofrezco a ti,
Para que construyas conmigo
Y que hagas de mí Tu voluntad.
Libérame de las ataduras del ser,
Para que haga mejor tu voluntad.»

Ésta es la verdad: podría haber recitado estas palabras dormido. Las había soltado de mi boca tantas veces, en tantas situaciones, sin realmente pensar en la verdad que las sostenía. Me habían lavado el cerebro para que recitara el mantra en A. A., pero nunca entendí su mensaje, nunca me entregué a él. Solo las repetía mecánicamente. «Seguro, entregaré mi vida a ti. ¿Por qué no? Mi vida apesta de todas formas.» Pensé. Hasta cierto punto nada había cambiado. Quiero decir, mi vida era tan mala como lo era el día en que Leroy y yo juntamos nuestras manos y recitamos la Plegaria del Pecador. Mi esposa había pedido una orden de restricción en mi contra. Casi no veía a mis hijos. Mi brazo estaba mejorando,
pero aún dudaba de que pudiera resucitar mi carrera musical y francamente no me importaba. Y aun así… Había esperanza. No sé de dónde vino o por qué. Pero estaba ahí de todas formas. No pasó mucho hasta que caí de rodillas y dije todas las plegarias y acepté a Jesucristo en mi vida. No ocurrió sin cierta resistencia por mi parte, y Dios sabe que en los años siguientes he sido inconstante en llevar una vida cristiana. No soy un extremista. No soy un fundamentalista. He tenido lapsos largos y cortos. He tomado su nombre en vano. No siempre ejercito la paciencia y la tolerancia que debería. Pero creo en Dios y creo en que Jesús es mi salvador, y esos son los máximos principios que guían mi vida.

Cuando llamé a Pam para contarle mi conversión esperaba que tuviese una respuesta escéptica. Lo que obtuve fue algo completamente distinto.
Se rio. « ¡Esto no es gracioso!» dije. «Lo sé,» dijo ella. «Pero todos mis amigos me dijeron que esto ocurriría. Sabían que regresarías. Por eso me estoy riendo.»
«Pero estás contenta, ¿verdad?» «Sí, por supuesto.»

La reconciliación estuvo lejos de ser indolora. Hubo más reuniones, como cuando había estado en Arizona en mi etapa previa de rehabilitación. Hicimos la gran reunión e intervención familiar, en la cual otra vez tuve que enfrentar todas mis transgresiones. Me lo merecía, por supuesto; me lo había buscado. Pero no por eso fue menos incómodo. Para salvar nuestro matrimonio Pam y yo hablamos
de todos nuestros problemas y cuestiones, y la mayoría eran míos. Casi todos tenían una raíz en mi consumo de drogas pero también en mi trabajo. No quiero poner excusas, pero la verdad es que el estilo de vida de Megadeth simplemente no iba con la vida familiar. El negocio de la música realmente es sexo, drogas y rock and roll, y si estás casado y quieres ser monógamo, y quieres llevar una vida coherente, es una lucha. Es un ambiente terrible si tienes una historia de promiscuidad y drogadicción como obviamente tenía yo. Hubo veces cuando estaba de gira y sin ningún motivo aparente Pam y yo teníamos una pelea a larga distancia. La pelea me daba una excusa para ir de Hmmm… a ¡Ups!; de meramente ‘mirar’ a permitir que me ‘pusieran las manos encima’; de tomar una copa a tomar demasiadas. Todas estas transgresiones morales yo las atribuía
a lo que ocurría en mi hogar: problemas con los hijos, problemas de dinero, problemas con mi esposa. La realidad es que tenía que hacerme cargo de estas cuestiones y comportarme de otra manera. Tenía que ser una persona mejor.
Aunque ésta es la cuestión: no todo depende de la convicción y de la fortaleza. A veces hay que ser inteligente como para evitar la tentación. Si eres un guerrero de fin de semana, probablemente puedas balancear el trabajo y la familia sin mucho problema. ¿En mi nivel? Es mucho más difícil. Las drogas están ahí y se pueden pagar. Lo mismo con las groupies. 

¿Cuál es la mejor manera de seguir casado cuando eres una estrella de rock? ¿Cuál es la mejor forma de ser un esposo fiel y un padre ejemplar? Renuncia. Solo aléjate y dedícate a otra cosa.

Así ha sido y siempre será así. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Hubo una época en la que veía que algunos se tomaban una licencia para estar con sus hijos –gente con mucha influencia y prestigio dentro de la industria del entretenimiento- y me preguntaba qué problema tendrían. «¿Por qué estás siendo tan estúpido y blando?» pensaba. Ahora veo las cosas de manera diferente. La vida en realidad se trata de la familia y los hijos. Me he roto el culo trabajando para poder pasar más tiempo con mis hijos, pero Justis tiene 18 ahora, y pronto se irá por su cuenta. Me preocupa que tal vez me haya perdido los mejores años de su vida, y eso me entristece a un nivel que no pueden imaginarse. Es igual a esa canción, tío. Es igual a esa puta canción de Harry Chapin, ‘Cat’s in the Cradle’. La escuchas cuando eres un adolescente cínico, o un guitarrista de heavy metal fiestero y sin hijos, y piensas, «¡Qué llorón de mierda!». Luego llegas a mi edad, pisando los cincuenta, y miras a tus hijos, que han crecido en un abrir y cerrar de
ojos, y de pronto la canción tiene un significado completamente diferente.

«There were planes to catch and bills to pay.
He learned to walk while I was away.»
(«Había aviones que tomar y cuentas que pagar.
Aprendió a caminar mientras yo no estaba.»)

Cuando escucho esa canción no me rio ni hago muecas. Quiero llorar. Lo mismo ocurre con ‘Father and Son’ de Cat Stevens, o incluso ‘Daughters’ de John Mayer. Estas son canciones que te llegan al corazón, que les hablan a los padres. Y eso es lo que soy, por encima de todo lo demás: un padre. Lo que pasa es que cuando estás dedicado a triunfar, como ciertamente lo estaba, y comienzas a trabajar sin que nada más te importe, pierdes de vista lo que es realmente importante. Eso fue lo que me ocurrió. Y al final, si te importa lo suficiente, terminas en rehabilitación, repitiendo la Plegaria de la Serenidad una y otra vez. O alguna versión similar, lo que en su esencia es simplemente esto: «A la mierda».
ASI QUE ME FUI a casa a Arizona, de regreso a mi esposa e hijos, y traté de reconstruir mi vida, una versión más feliz y más sana de mi vida. Entre las personas que conocí y me ayudaron en este viaje estuvo Darian Bennett, un ex marine y jugador de la NFL. Darian era también un instructor de artes marciales consumado y también cristiano, así que pronto terminamos entrenando y pasando el tiempo juntos. Sentía que teníamos mucho en común, excepto que él era marine y ex jugador de fútbol profesional, y yo era una estrella de rock y un adicto en recuperación. Esencialmente ambos éramos luchadores, y nos conectamos a ese nivel. Aunque nuestras historias eran muy diferentes compartíamos la mentalidad del guerrero. Lo que también ayudaba era que Darian fuera varios años mayor que yo y mucho más entrenado en el estilo de vida cristiano. En ese momento necesitaba un mentor –incluso una figura paterna- y Darian cumplía ese papel. Nos hemos distanciado en los últimos años, especialmente desde que me mudé a California, pero durante un tiempo lo consideré uno de mis amigos más cercanos y siempre voy a apreciar su compañerismo y su guía.

Descubrí que parte del problema era que tenía muy pocos amigos varones. Sí, tenía ‘amigotes’, compañeros de juerga… pero no amigos de verdad. Los amigos que sí tenía eran reliquias poco saludables de una vida anterior –una vida de la que trataba de escapar- o profesionales con poco tiempo para invertir en la amistad. Tal es la carga de ser un hombre de éxito en la sociedad de hoy.
De nuevo todo se reduce a establecer prioridades. Trabajas sin descanso para lograr el éxito y mantener a tu familia, y un día te despiertas para descubrir que tienes poca gente con quien compartir ese éxito. Además, era una lucha para mí tratar de separarme de la superficialidad de las amistades adolescentes. Era bueno para emborracharme y drogarme, perseguir mujeres y buscar
pelea. ¿Para conectarme como un hombre adulto? No sabía cómo.

Con la intención de ilustrarme traté (otra vez) de unirme a un grupo de hombres, esta vez con una mejor actitud y una cabeza más limpia. Lo que buscaba era una vida fuera de Megadeth, una vida que complementara a mi familia en una forma sana y positiva. A través de todo esto continué caminando de puntillas por el sendero del Cristianismo y la iluminación, tratando de entender que la
mayoría de mis problemas podían tener un origen en las situaciones de abandono de mi niñez y al mismo tiempo aceptando la responsabilidad por mis malos actos; dicho con simpleza, una educación de mierda no justifica que no te hagas cargo.

La vida continúa. Acéptalo.
Me había victimizado a mí mismo y en muchas maneras me odiaba por eso.
Había cosas que había entendido sobre mi conducta adictiva que no necesariamente encajaban bien con el protocolo de los doce pasos. Por ejemplo, entendí que no era la clase de tipo que no puede parar después de una o dos cervezas. En mi caso era más una cuestión de comprender que después
de tomarme un par de cervezas, si alguien decía «¡Ey, esnifemos una raya de coca!», yo perdía el control. Entendí el efecto dominó. Si no bebía mucho, no me metía en problemas. 

En consecuencia, ahora casi no bebo. «¿Cómo dices?» preguntarán. Sí… ésta es la parte que genera controversia. Cuando hablo de estar sobrio no me refiero a la abstinencia en el sentido estricto de la palabra. No
he consumido cocaína o heroína en muchos años. Tuve un par de deslices menores después de 2002, y tenían que ver con una medicación para el dolor recetada para una seria lesión en las cervicales, de tipo crónica y degenerativa, pero esto lo ubico en otra categoría. Llegado el caso este problema requerirá intervención quirúrgica, ¡todos esos años de sacudir la cabeza se han cobrado su precio! Pero sí disfruto de una copa de vino ocasionalmente. Y eso es más o menos todo: una sola copa, una hora antes de subir al escenario o cuando salgo a cenar con mi esposa. Rara vez una copa se convierte en dos. Las primeras veces que hacía esto, un ejército de gente no me creía. Todos decían que eso no daba resultado: la abstinencia, decían, era la única estrategia para alguien como yo.
Entiendo el sentimiento. Alice Cooper hizo lo mismo: se salvó gracias a la intervención de Cristo y simplemente dejó de beber por su cuenta. Sin reuniones, ni programas de los doce pasos. ¿Saben qué dije cuando escuché esto?
«¡Mentira! Eso no funciona.» Pero luego me fijé en el compromiso que yo había aceptado y me di cuenta que la fe puede inspirar milagros. ¿Esos tipos que caminan sobre brasas ardientes? ¿O los que usan sus vientres como tablas
de madera (en las que un ninja con machete parte una sandía por la mitad)? ¿Cómo lo hacen?  Con fe. En mi caso es la fe en Dios. La fe en Jesucristo.

No quiero generalizar. Si la rehabilitación me ha enseñado algo es que cada situación, cada persona y experiencia, es única. Los adictos no son todos iguales. Lo que funciona para la mayoría de la gente puede no funcionar conmigo. (Mierda, después de 17 viajes a rehabilitación, eso es obvio a gritos, ¿no les parece?) Para mí, solo una cosa ha funcionado: establecer una relación con Dios. Eso
lo cambió todo. Verán, hay tres tipos diferentes de bebedores: el moderado, el que bebe mucho, y el alcohólico. Si no eres un alcohólico, con suficiente motivación, puedes ponerte sobrio. Pienso que yo era alcohólico por culpa de la cocaína. Si quitamos eso de la ecuación las cosas son diferentes. Aunque en realidad todo se resume a esto: ya no me despierto por la mañana pensando en las drogas o el
alcohol. Durante un largo tiempo no fue así. Vivía para la siguiente bebida, la siguiente línea de coca, o el siguiente globo de heroína. Ya no más. No puedo explicarlo, y sé que no faltarán críticos que me consideren un delirante o, lo que es peor, un mentiroso. No me importa. Sé cómo me siento No voy caminando por ahí pensando, «Dios, no puedo esperar hasta las cinco para descorchar esa botella de vino.» El ansia simplemente… se ha ido. Dicen que Dios manda a la gente a A. A., y A. A. los manda de regreso con Dios. Si realmente has tenido un despertar espiritual, por qué ponerle limitaciones. Mi experiencia ha sido extraordinaria.

Eso lo sé, y no espero que todos quieran creerlo. Si la cagas 17 veces, bueno, va a haber algo de escepticismo. La verdad es que ha sido un gran paseo. Amo mi vida; amo lo que he logrado y creado. He visto el error en mis acciones y lo que la bebida y el uso de las drogas me han hecho a mí y a mi familia, y lo que le han hecho a mi carrera y a mi cuerpo. Beber y consumir drogas, en mi caso, tiene tanto sentido como mearse en los pantalones en un día de invierno: sienta bien durante un rato… hasta que el viento frío comienza a soplar. Y entonces no sienta tan bien ¿Pero saben qué? Tampoco me habría gustado perderme la experiencia que he tenido, mientras el resultado siga siendo positivo: de ser alguien que creció en una atmósfera rígida de religiosidad perversa pasé a odiar a Dios, y luego a cerrar el círculo creyendo en Dios otra vez. Ha tenido sus recompensas en modos que son difíciles de medir a menos que hayas pasado por una experiencia

Similar. Pasé de ser un niño sin hogar a ser un hombre que se hizo a sí mismo, a ser un millonario que se hizo a sí mismo, a… ser alguien que ahora se da cuenta que no existe eso de ‘hacerse a sí mismo’. Todo lo que es bueno en mí es el resultado de un poder superior. Ahora que reconozco esto puedo finalmente encajar en el cuadro sin tener que martillar los bordes para entrar en el marco. 

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