Me doy cuenta que a
veces la religión –o la negación de la religión- puede ser una fachada. Conozco
gente que toca en bandas satánicas que en realidad no creen en lo que están
haciendo. Tal vez son cínicos. Tal vez solo están perdidos. A veces siento la
necesidad de estar cerca de éstos grupos, aunque sea brevemente, solo para mi
tranquilidad y edificación del espíritu, para alegrarme de no seguir en ese
sendero. Yo estuve allí colega.
Puedo distinguir entre los que son de verdad y
los que no, y es genial para mí poder decir, «hey, soy afortunado. Logré salir.
Encontré un camino mejor.» El problema es que mucha gente que se convierte al
cristianismo lo hace como los tipos que están en la televisión.
Pero no son
casos como el mío, gente que no tiene en quién apoyarse y abraza su
espiritualidad de manera diferente. Saben, hay todo un movimiento de chicos
tatuados, que se visten de negro y tocan música heavy, y tienen bandas geniales…
y creen en Dios. Y no hay nada malo en eso. De hecho, una de las cosas que me
gustaría hacer durante el resto de mi carrera es ayudar a que los chicos
encuentren un lugar seguro para rockear. Ojalá hubiera tenido eso cuando era
joven.
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