ES
CURIOSO COMO uno se conecta con alguna gente y a otros los rechaza, cómo el
estimado profesional con los diplomas prolijamente colgados en la pared te da
ganas de vomitar mientras que un tipo rudo con un parche en un ojo te hace reír
y te hace escucharlo. Su nombre era Chris R. y era mi sponsor en La Hacienda.
Nos conocimos mientras completaba mi desintoxicación y tratamiento
después
de un diagnóstico alentador sobre mi brazo. La primera vez que hablamos pensé
que solo decía estupideces, como todos los otros gritones que llegué a conocer
en A. A. y en los otros programas de rehabilitación. Contaba historias de
horror de su infancia, de cuando era un niño y se peleaba a pedradas con su
hermano gemelo, lo que dio como resultado que perdiera un ojo. Sus historias no
eran diferentes a otras tantas que había escuchado: una letanía de dolor y
sufrimiento auto infligidos, todo conectado al alcohol y las drogas. El gancho
de este tipo era su predilección por mirarte cara a cara y levantarse el
parche, lo que te dejaba ver un horrible agujero negro mientras te gritaba lo
que el futuro te traería si no limpiabas tu puto acto. «¡Van a adorar tu culo
huesudo en prisión, nene!» «Jesús… tronco. Saca esa porquería de mi vista,
quieres.»
Esa
estupidez de intentar asustarme nunca tuvo efecto en mí. Aunque lo que sí me
llegaba eran las conversaciones que teníamos entrada la noche, cuando
hablábamos de nuestros amigos y familias, y del vacío de la vida del adicto.
Hablábamos de la espiritualidad y de la necesidad de abrazar a un ser superior.
No estoy hablando del Cristianismo específicamente, sino más bien la aceptación
general de que hay fuerzas más allá de nuestro control.
El darse cuenta que
ninguno de nosotros es el centro del universo. Todos nosotros –sin importar
edad, raza, nacionalidad, posición social- somos apenas piezas diminutas de un
vasto universo cósmico. La estrella de rock millonaria no es mejor –ni peorque
el
ex convicto con un ojo de vidrio. Si la rehabilitación es buena para algo es
que puede, bajo las circunstancias indicadas, proveer tiempo y espacio para la
introspección. Sabía que algo había cambiado cuando regresé a La Hacienda.
A pesar de todo lo que estaba mal y retorcido en mi vida sentía un extraño
optimismo. Para empezar, estaba en el medio de la nada en Texas –el aislamiento
absoluto te daba un poco de perspectiva- rodeado de humanos que no estaban
atrapados en la rueda de la vida de las cobayas.
Aun
así algo me zarandeaba. La ira y el cinismo que habían sido una parte tan
preponderante en mi vida parecían estar desapareciendo.
Quería
algo. ‘Necesitaba’ algo. Espiritualmente hablando, era un pobre ensamblaje de
partes rotas e inconexas: bautizado como luterano, criado por los testigos de
Jehová, adoctrinado en la brujería, coqueteado con el budismo, y
sacando
muestras del bufé de la doctrina new age. Nada había funcionado. Nada había
‘prendido’ en mí. La mayor parte del tiempo ni siquiera estuve interesado en
intentarlo. No sé si podrían describirme precisamente como un ateo o un
agnóstico. Era más bien ‘algo’… con lapsos drásticos. Siempre había creído en
Dios. Creía en Jesús, creía que había muerto y resucitado a los tres días.
Esa
es la historia que me habían enseñado de pequeño, siendo testigo de Jehová o
no. Así que si creía en algo era en eso. Realmente me importaba una mierda. No
había rol para la religión en mi vida, ni espacio para la espiritualidad.
Hasta
ahora. Una helada noche de enero caminé hacia la cima de una loma en Hunt,
dentro de los terrenos de La Hacienda. Habían construido un foso para fogatas,
e incluso en ese momento, en lo profundo del invierno, las llamas danzaban al
viento, elevando chispas al vasto cielo del desierto. El foso para
fogatas
era un lugar de reunión popular en La Hacienda, un lugar con una atmósfera
conveniente y apropiada para la reflexión de naturaleza común o privada. Me
senté allí aquella noche, contemplando las llamas, pensando en mi vida… en las
elecciones que había tomado y sus consecuencias, tanto positivas como
negativas. Algo faltaba. «No puedo seguir haciendo esto. Éste tiene que ser el
final.» Pensé. Pero no era un final. Era un comienzo. Me paré y caminé hacia
una estructura en forma de letra A, era más que nada un refugio, un par de paredes
apoyadas entre sí. La construcción servía como capilla en el descampado. En
teoría no tenía denominación alguna; en sentido práctico era un lugar de
adoración cristiano, lo que era evidente por la gran cruz que colgaba frente a
la estructura. Me paré en la entrada, mirando la cruz, preguntándome cómo
reaccionar ante ella, si reírme, llorar, o maldecir su significado. Había
llegado a creer que la cruz era una imagen fraudulenta, que Jesús había muerto
en una estaca. Los satanistas, obviamente, creían que había sido en algo mucho
más maligno. De todas formas, la cruz nunca había tenido mucho impacto en mi
vida. Aunque en ese momento tenía algo que resultaba raramente reconfortante y
conmovedor. Respiré hondo y hablé en voz alta. Nadie en las cercanías podía
escucharme. «He intentado todo lo demás. ¿Qué puedo perder?»
Con
esas tres palabras –«¿Qué puedo perder?»- me saqué de encima una carga. Pero no
completamente. Sí en forma creciente. Me quedé allí parado por un minuto más o
menos, inseguro de qué decir o cómo actuar. He oído sobre renacimientos
espirituales, de gente sintiendo la mano de Dios o algo así descendiendo para
tocarles el hombro. O que ven una imagen de Cristo en la oscuridad, que se
desliza hacia ellos y los rodea en un cálido abrazo.
Mi conversión
–mi despertar, si lo prefieren- fue mucho menos teatral. Como me faltaba todo
salvo lo básico de la doctrina cristiana –y francamente, me sentía un poco
tonto- busqué la ayuda del capellán del centro. Su nombre era Leroy. Era un
tipo interesante que usaba botas diminutas y un enorme sombrero de vaquero. No
sé si tenía algún problema físico, pero tenía una forma rara de caminar, se
arrastraba de costado, como si tuviera los dedos de los pies doblados hacia
abajo. Me recordaba a John Wayne. Leroy tenía un rol interesante en La
Hacienda: estaba allí para apoyar a los pacientes en su búsqueda de la cura
holística; no para imponerle sus creencias religiosas a los demás. Y cumplía
con su tarea. Solo mantenía la puerta abierta por si alguien estaba interesado.
«¿Cómo hago para que Dios entre en mi vida?» le pregunté. «Ven conmigo.» Nos
paramos frente a la cruz juntos. «Arrodíllate,» dijo Leroy. Negué con la
cabeza. Incluso entonces era terco y orgulloso. «No, no voy a arrodillarme.
¿Podemos simplemente rezar?»
Y
así lo hicimos. Leroy me guió a través de algo llamado Plegaria del Pecador.
Mientras recitaba las palabras casi parecía algo innecesario. Quiero decir,
todos saben que Dave Mustaine es un pecador, ¿no? ¿Puede ser más obvio que eso?
Además, he recitado varias versiones de la Plegaria del Pecador cientos de
veces en el pasado, no era muy diferente a la Oración de los Tres Pasos del
Libro de Alcohólicos Anónimos:
«Dios,
me ofrezco a ti,
Para
que construyas conmigo
Y
que hagas de mí Tu voluntad.
Libérame
de las ataduras del ser,
Para
que haga mejor tu voluntad.»
Ésta
es la verdad: podría haber recitado estas palabras dormido. Las había soltado
de mi boca tantas veces, en tantas situaciones, sin realmente pensar en la
verdad que las sostenía. Me habían lavado el cerebro para que recitara el
mantra en A. A., pero nunca entendí su mensaje, nunca me entregué a él. Solo
las repetía mecánicamente. «Seguro, entregaré mi vida a ti. ¿Por qué no? Mi
vida apesta de todas formas.» Pensé. Hasta cierto punto nada había cambiado.
Quiero decir, mi vida era tan mala como lo era el día en que Leroy y yo
juntamos nuestras manos y recitamos la Plegaria del Pecador. Mi esposa había pedido
una orden de restricción en mi contra. Casi no veía a mis hijos. Mi brazo
estaba mejorando,
pero
aún dudaba de que pudiera resucitar mi carrera musical y francamente no me
importaba. Y aun así… Había esperanza. No sé de dónde vino o por qué. Pero
estaba ahí de todas formas. No pasó mucho hasta que caí de rodillas y dije
todas las plegarias y acepté a Jesucristo en mi vida. No ocurrió sin cierta
resistencia por mi parte, y Dios sabe que en los años siguientes he sido inconstante
en llevar una vida cristiana. No soy un extremista. No soy un fundamentalista.
He tenido lapsos largos y cortos. He tomado su nombre en vano. No siempre
ejercito la paciencia y la tolerancia que debería. Pero creo en Dios y creo en
que Jesús es mi salvador, y esos son los máximos principios que guían mi vida.
Cuando
llamé a Pam para contarle mi conversión esperaba que tuviese una respuesta
escéptica. Lo que obtuve fue algo completamente distinto.
Se
rio. « ¡Esto no es gracioso!» dije. «Lo sé,» dijo ella. «Pero todos mis amigos
me dijeron que esto ocurriría. Sabían que regresarías. Por eso me estoy
riendo.»
«Pero
estás contenta, ¿verdad?» «Sí, por supuesto.»
La
reconciliación estuvo lejos de ser indolora. Hubo más reuniones, como cuando
había estado en Arizona en mi etapa previa de rehabilitación. Hicimos la gran
reunión e intervención familiar, en la cual otra vez tuve que enfrentar todas
mis transgresiones. Me lo merecía, por supuesto; me lo había buscado. Pero no
por eso fue menos incómodo. Para salvar nuestro matrimonio Pam y yo hablamos
de
todos nuestros problemas y cuestiones, y la mayoría eran míos. Casi todos
tenían una raíz en mi consumo de drogas pero también en mi trabajo. No quiero
poner excusas, pero la verdad es que el estilo de vida de Megadeth simplemente
no iba con la vida familiar. El negocio de la música realmente es sexo, drogas
y rock and roll, y si estás casado y quieres ser monógamo, y quieres llevar una
vida coherente, es una lucha. Es un ambiente terrible si tienes una historia de
promiscuidad y drogadicción como obviamente tenía yo. Hubo veces cuando estaba
de gira y sin ningún motivo aparente Pam y yo teníamos una pelea a larga
distancia. La pelea me daba una excusa para ir de Hmmm… a ¡Ups!; de meramente
‘mirar’ a permitir que me ‘pusieran las manos encima’; de tomar una copa a
tomar demasiadas. Todas estas transgresiones morales yo las atribuía
a lo
que ocurría en mi hogar: problemas con los hijos, problemas de dinero,
problemas con mi esposa. La realidad es que tenía que hacerme cargo de estas
cuestiones y comportarme de otra manera. Tenía que ser una persona mejor.
Aunque
ésta es la cuestión: no todo depende de la convicción y de la fortaleza. A veces
hay que ser inteligente como para evitar la tentación. Si eres un guerrero de
fin de semana, probablemente puedas balancear el trabajo y la familia sin mucho
problema. ¿En mi nivel? Es mucho más difícil. Las drogas están ahí y se pueden
pagar. Lo mismo con las groupies.
¿Cuál es la mejor manera de seguir casado
cuando eres una estrella de rock? ¿Cuál es la mejor forma de ser un esposo fiel
y un padre ejemplar? Renuncia. Solo aléjate y dedícate a otra cosa.
Así
ha sido y siempre será así. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Hubo una
época en la que veía que algunos se tomaban una licencia para estar con sus
hijos –gente con mucha influencia y prestigio dentro de la industria del entretenimiento-
y me preguntaba qué problema tendrían. «¿Por qué estás siendo tan estúpido y
blando?» pensaba. Ahora veo las cosas de manera diferente. La vida en realidad
se trata de la familia y los hijos. Me he roto el culo trabajando para poder
pasar más tiempo con mis hijos, pero Justis tiene 18 ahora, y pronto se irá por
su cuenta. Me preocupa que tal vez me haya perdido los mejores años de su vida,
y eso me entristece a un nivel que no pueden imaginarse. Es igual a esa
canción, tío. Es igual a esa puta canción de Harry Chapin, ‘Cat’s in the
Cradle’. La escuchas cuando eres un adolescente cínico, o un guitarrista de
heavy metal fiestero y sin hijos, y piensas, «¡Qué llorón de mierda!». Luego llegas
a mi edad, pisando los cincuenta, y miras a tus hijos, que han crecido en un
abrir y cerrar de
ojos,
y de pronto la canción tiene un significado completamente diferente.
«There were planes to catch and bills to pay.
He learned to walk while I was away.»
(«Había
aviones que tomar y cuentas que pagar.
Aprendió
a caminar mientras yo no estaba.»)
Cuando
escucho esa canción no me rio ni hago muecas. Quiero llorar. Lo mismo ocurre
con ‘Father and Son’ de Cat Stevens, o incluso ‘Daughters’ de John Mayer. Estas
son canciones que te llegan al corazón, que les hablan a los padres. Y eso es
lo que soy, por encima de todo lo demás: un padre. Lo que pasa es que cuando
estás dedicado a triunfar, como ciertamente lo estaba, y comienzas a trabajar
sin que nada más te importe, pierdes de vista lo que es realmente importante.
Eso fue lo que me ocurrió. Y al final, si te importa lo suficiente, terminas en
rehabilitación, repitiendo la Plegaria de la Serenidad una y otra vez. O alguna
versión similar, lo que en su esencia es simplemente esto: «A la mierda».
ASI
QUE ME FUI a casa a Arizona, de regreso a mi esposa e hijos, y traté de
reconstruir mi vida, una versión más feliz y más sana de mi vida. Entre las
personas que conocí y me ayudaron en este viaje estuvo Darian Bennett, un ex
marine y jugador de la NFL. Darian era también un instructor de artes marciales
consumado y también cristiano, así que pronto terminamos entrenando y pasando
el tiempo juntos. Sentía que teníamos mucho en común, excepto que él era marine
y ex jugador de fútbol profesional, y yo era una estrella de rock y un adicto
en recuperación. Esencialmente ambos éramos luchadores, y nos conectamos a ese
nivel. Aunque nuestras historias eran muy diferentes compartíamos la mentalidad
del guerrero. Lo que también ayudaba era que Darian fuera varios años mayor que
yo y mucho más entrenado en el estilo de vida cristiano. En ese momento
necesitaba un mentor –incluso una figura paterna- y Darian cumplía ese papel.
Nos hemos distanciado en los últimos años, especialmente desde que me mudé a
California, pero durante un tiempo lo consideré uno de mis amigos más cercanos
y siempre voy a apreciar su compañerismo y su guía.
Descubrí
que parte del problema era que tenía muy pocos amigos varones. Sí, tenía
‘amigotes’, compañeros de juerga… pero no amigos de verdad. Los amigos que sí
tenía eran reliquias poco saludables de una vida anterior –una vida de la que
trataba de escapar- o profesionales con poco tiempo para invertir en la
amistad. Tal es la carga de ser un hombre de éxito en la sociedad de hoy.
De
nuevo todo se reduce a establecer prioridades. Trabajas sin descanso para
lograr el éxito y mantener a tu familia, y un día te despiertas para descubrir
que tienes poca gente con quien compartir ese éxito. Además, era una lucha para
mí tratar de separarme de la superficialidad de las amistades adolescentes. Era
bueno para emborracharme y drogarme, perseguir mujeres y buscar
pelea.
¿Para conectarme como un hombre adulto? No sabía cómo.
Con
la intención de ilustrarme traté (otra vez) de unirme a un grupo de hombres,
esta vez con una mejor actitud y una cabeza más limpia. Lo que buscaba era una
vida fuera de Megadeth, una vida que complementara a mi familia en una forma
sana y positiva. A través de todo esto continué caminando de puntillas por el
sendero del Cristianismo y la iluminación, tratando de entender que la
mayoría
de mis problemas podían tener un origen en las situaciones de abandono de mi
niñez y al mismo tiempo aceptando la responsabilidad por mis malos actos; dicho
con simpleza, una educación de mierda no justifica que no te hagas cargo.
La
vida continúa. Acéptalo.
Me
había victimizado a mí mismo y en muchas maneras me odiaba por eso.
Había
cosas que había entendido sobre mi conducta adictiva que no necesariamente
encajaban bien con el protocolo de los doce pasos. Por ejemplo, entendí que no
era la clase de tipo que no puede parar después de una o dos cervezas. En mi
caso era más una cuestión de comprender que después
de
tomarme un par de cervezas, si alguien decía «¡Ey, esnifemos una raya de
coca!», yo perdía el control. Entendí el efecto dominó. Si no bebía mucho, no
me metía en problemas.
En consecuencia, ahora casi no bebo. «¿Cómo dices?»
preguntarán. Sí… ésta es la parte que genera controversia. Cuando hablo de
estar sobrio no me refiero a la abstinencia en el sentido estricto de la
palabra. No
he
consumido cocaína o heroína en muchos años. Tuve un par de deslices menores
después de 2002, y tenían que ver con una medicación para el dolor recetada
para una seria lesión en las cervicales, de tipo crónica y degenerativa, pero
esto lo ubico en otra categoría. Llegado el caso este problema requerirá intervención
quirúrgica, ¡todos esos años de sacudir la cabeza se han cobrado su precio! Pero
sí disfruto de una copa de vino ocasionalmente. Y eso es más o menos todo: una
sola copa, una hora antes de subir al escenario o cuando salgo a cenar con mi
esposa. Rara vez una copa se convierte en dos. Las primeras veces que hacía
esto, un ejército de gente no me creía. Todos decían que eso no daba resultado:
la abstinencia, decían, era la única estrategia para alguien como yo.
Entiendo
el sentimiento. Alice Cooper hizo lo mismo: se salvó gracias a la intervención
de Cristo y simplemente dejó de beber por su cuenta. Sin reuniones, ni
programas de los doce pasos. ¿Saben qué dije cuando escuché esto?
«¡Mentira!
Eso no funciona.» Pero luego me fijé en el compromiso que yo había aceptado y
me di cuenta que la fe puede inspirar milagros. ¿Esos tipos que caminan sobre
brasas ardientes? ¿O los que usan sus vientres como tablas
de
madera (en las que un ninja con machete parte una sandía por la mitad)? ¿Cómo
lo hacen? Con fe. En mi caso es la fe en
Dios. La fe en Jesucristo.
No
quiero generalizar. Si la rehabilitación me ha enseñado algo es que cada
situación, cada persona y experiencia, es única. Los adictos no son todos
iguales. Lo que funciona para la mayoría de la gente puede no funcionar
conmigo. (Mierda, después de 17 viajes a rehabilitación, eso es obvio a gritos,
¿no les parece?) Para mí, solo una cosa ha funcionado: establecer una relación
con Dios. Eso
lo
cambió todo. Verán, hay tres tipos diferentes de bebedores: el moderado, el que
bebe mucho, y el alcohólico. Si no eres un alcohólico, con suficiente
motivación, puedes ponerte sobrio. Pienso que yo era alcohólico por culpa de la
cocaína. Si quitamos eso de la ecuación las cosas son diferentes. Aunque en
realidad todo se resume a esto: ya no me despierto por la mañana pensando en
las drogas o el
alcohol.
Durante un largo tiempo no fue así. Vivía para la siguiente bebida, la
siguiente línea de coca, o el siguiente globo de heroína. Ya no más. No puedo
explicarlo, y sé que no faltarán críticos que me consideren un delirante o, lo
que es peor, un mentiroso. No me importa. Sé cómo me siento No voy caminando
por ahí pensando, «Dios, no puedo esperar hasta las cinco para descorchar esa botella
de vino.» El ansia simplemente… se ha ido. Dicen que Dios manda a la gente a A.
A., y A. A. los manda de regreso con Dios. Si realmente has tenido un despertar
espiritual, por qué ponerle limitaciones. Mi experiencia ha sido
extraordinaria.
Eso
lo sé, y no espero que todos quieran creerlo. Si la cagas 17 veces, bueno, va a
haber algo de escepticismo. La verdad es que ha sido un gran paseo. Amo mi
vida; amo lo que he logrado y creado. He visto el error en mis acciones y lo
que la bebida y el uso de las drogas me han hecho a mí y a mi familia, y lo que
le han hecho a mi carrera y a mi cuerpo. Beber y consumir drogas, en mi caso,
tiene tanto sentido como mearse en los pantalones en un día de invierno: sienta
bien durante un rato… hasta que el viento frío comienza a soplar. Y entonces no
sienta tan bien ¿Pero saben qué? Tampoco me habría gustado perderme la
experiencia que he tenido, mientras el resultado siga siendo positivo: de ser
alguien que creció en una atmósfera rígida de religiosidad perversa pasé a
odiar a Dios, y luego a cerrar el círculo creyendo en Dios otra vez. Ha tenido
sus recompensas en modos que son difíciles de medir a menos que hayas pasado
por una experiencia
Similar.
Pasé de ser un niño sin hogar a ser un hombre que se hizo a sí mismo, a ser un
millonario que se hizo a sí mismo, a… ser alguien que ahora se da cuenta que no
existe eso de ‘hacerse a sí mismo’. Todo lo que es bueno en mí es el resultado
de un poder superior. Ahora que reconozco esto puedo finalmente encajar en el
cuadro sin tener que martillar los bordes para entrar en el marco.
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